I
Suena el violín, mientras me asfixias con una cuerda de piano, derramando abruptamente el Cabernet sobre las mal entonadas teclas de marfil, que mis tétricas y moribundas manos alcanzaron a tocar.
II
Gracias a la ansiedad, tengo ahora un curioso pastel de cigarros mal apagados, sin terminar pero empezados. Compañeros venenosos de mi ya premeditado suicidio paulatino.
III
En la neblina del cementerio, bajo la luz de la luna. Se alumbra el epitafio de una abandonada lápida. Esto es lo que decía.
IV
Duerme tranquila mi dulce princesa, me he tomado la molestia de clavarte una daga en el corazón, para que tus lindas manos no se deslicen a tus costados. Descanza en tu fría tumba, con ese velo negro que adorna tus ojos blancos. Duerme, duerme, yo cubriré tu rostro con tierra, para que tus palabras se ahoguen como las mías. Permutarás aire por tierra y tu semblanza mórbida, será ahora ilución de los gusanos ansiosos por salir de tu asqueroso vientre. Te amo.
V
La carroza recorre el noctámbulo faro, que brinca con cada piedra sinuosa del camino. Mientras la gente observa la melancólica situación, yo, conductor de los caballos, acelero mi paso, para abandonarte en ese hermoso estuche que yo mismo he labrado. La muerte te ha besado y mi corazón, te enterrará con gusto. Cada rencor, cada dolor, ha sido gratificado con el rictus post-mortem de tu delicioso rostro, que tal vez, antes de abandonarlo, le de un último beso.
BL.