Querida Raquel,
como ves, esto es... o intenta ser,
una pequeña carta de despedida.
Una carta que ojalá pudiera
o supiera transmitir
todo mi agradecimiento
por la bondad, la honestidad,
y tantos y tantos calificativos más
que de tu corazón emanan.
Unas insignificantes letras,
de ésta, mi vida errante;
para un magnífico instante:
tu personalidad desbordante,
tu amistad perseverante.
No obstante, no sin antes,
preguntarme algunos porqués…
Que, como bien sabes,
tengo tantos a diario,
que ellos solitos, me aplastan.
¿Por qué si el mundo es una maravilla
algunos andan emperrados
en volcar al arco iris del revés?
Sea pues, dejémoslos correr…
el poder es limitado.
La marea jamás será ciempiés.
Nunca perder el objetivo
ése que nos hace íntegros,
coherentes y sobre todo, ¡divertidos!
Si bien, a duras penas creo haber conseguido
descifrar algún que otro interrogativo,
como éste que a continuación te escribo...
¿Por qué nací ayer y no mañana?
Será que Dios quiso que yo viera
¡Tu sonrisa nacarada!
Vive Dios, que allá donde Él quiera que yo vaya,
¡por siempre, la recordaré!