De una corona de agua, en la otra vida,
cuando era nieve despertar y plata
morirse poco a poco en cada mata
de la montaña del amor mordida.
Cuando llorar era una rosa hundida
en la total pasión que el mar desata
y, estrecha de esperar, fui catarata,
de una corona de agua fui encendida.
Y me quedé a la sombra de esa calma,
hasta que hendiste su dorado velo
y de aquel pozo te alejaste esquivo.
Ya herido el ruiseñor en que no vivo,
¿qué más me mientes, Dios, si en ese vuelo
perdí tormenta, azalería y alma?
Isabel Abad