Fuiste la espina clavada en el corazón de Jesucristo
te robaste, cada una de las flores de la primavera
y mataste, el día, la noche y el tiempo
con tus garras, ardiendo en llamas.
Y ahora, pisoteas el capullo de los sueños marinos
y en el vacío, siento caer el cantar de tus besos sobre mi tejado.
La ira. La sed, son solo pasajeras del tren al delirio
pasajera de tus labios, que siguen vistiendo mi espalda.
Bella oleada, soy en ti, el naufrago moribundo.