No me dejen versos que escribir si los he escrito todos.
Soy poeta de la sangre:
escribo de todos los caminos,
vengo de los ríos y sus noches, de la luna y sus memorias,
guardo acontecimientos y en ellos mi ser va como un océano
desatado en los labios.
Entonces de pronto la palabra surge
como el pan del trigo, de ciertas muertas, de ciertos cuerpos,
de viajes y crepúsculos para ser estatuto de cada respiración
y amarrar su relámpago en nuestros pechos.
Escribo sin el presente donde el ayer fue hoy,
de la insistente multitud del mar, el peso de los pasos hacia lo que somos,
escribo en el aire para respirar estos miedos o vencer cadenas:
la noche se viene entre voces sin escuchar o sueños mil veces sangrantes.
Es decir esperanza y tierra, latir con mis hermanos un amanecer
y existir a momentos mientras el amor derrama sustancia
y fecunda la tierra donde lazamos la semilla:
el verbo se multiplica en las manos y en el cabalgan las guerras
de nuestras existencias o de las vidas que me prestan.
Ah rumor de olas, golpea tu jauría de agua contra mi pecho
para hablarme de tanto mundo y decir algunas cosas.
Metal oxidado del invierno que traspasa mi alma,
si decir tanto es quedarse sin huesos en el cuerpo
a veces basta una lagrima para llenar el mar,
a veces la poesía no late en vano:
somos nuestro propio lenguaje si no habremos de morir en algún verso.
Soy poeta de la carne: la hora de todos está cerca,
el corazón de la palabra se repliega,
hay en el algo más profundo que el tiempo mismo,
el fuego del pensamiento oculto y vamos construyendo
nuestra realidad para volver a ser los que siempre fuimos:
estatutos poéticos de la sangre y la carne,
semillas utópicas de un solo lenguaje