Se fué, como otras tantas veces
en la penunbra de una noche.
Como si fuese elegido
entre las tropas de un ejército.
Y se quedó mirándolo
fija la vista en la distancia
que cada vez se ensanchaba,
no como la estela de un cometa,
sino como envolviéndolo,
haciendo de él un lejano punto,
hasta volverlo nada.
No hubo adiós, ni lágrimas,
un leve beso en la mejilla,
unas cuantas palabras,
una esperanza en su retorno
en ella quedaba.
La alcanzó la espera,
en tardes que se desvanecían
al caer los ocasos,
en noches negras contando estrellas,
como única compañera y confidente,
como amiga prudente fungía la luna,
ocultando la pena, la esperanza y la espera.
Cerraba sus ojos,
se absorbía por sueños,
en donde lo encontraba,
hasta tocar a las puertas
de su rostro la alborada...