Seamos uno.
Hagamos el conjuro
que una eternamente
nuestro cuerpo y
nuestra mente.
Bebamos juntos
del mismo cáliz
el vino divino
que embriaga los sentidos y
que resucita la bendita
inocencia de la niñez.
Dejemos de una vez
de lado al maldito soldado
que mata la inocencia,
que hiere la experiencia
de quien sabe que solo sabe
que amarte es el único
y auténtico arte.
Seamos uno
con punto y seguido,
con cien mil latidos,
con un solo suspiro.
Sin nadie más,
“sólo” seamos uno.
MIGUEL PANDUJAR