Yo soy un clavo
y la vida es martillo.
Así es como penetro
lentamente:
a base de golpes suaves
que saben a caricias.
Es así como te abro
penetrando en tu madera
...convirtiéndome en una astilla más.
*** ***
(I)
No existe dolor,
superase el rango de apetecible,
que aquel venido
junto a la extasiante desnudez,
cuando siendo mutua la entrega
acaece rodeado de suspiros
como un guiño involuntario.
Cuando amarrado a ti (por corazón y cuerpo),
las uñas son la herramienta,
y sublimadas,
abanderan a nuestro néctar
mientras deshojando la piel, ellas arañan.
Rasgan los cortinajes
cuales marcan los límites;
entre el placer y el dolor.
Y cualquier espacio,
al respiro de éste ambiente,
traba la hermosura para que no se vaya.
No existe dolor, mayormente apetecible,
que aquel que nos visita,
y airadamente, se entremezcla con el gozo.
Tan poderosa resulta tal fusión,
que el mismo reloj desajusta la grisácea prontitud,
desmemoriado se olvida de arrugas
y retrasa las canas.
Queda, por propia voluntad,
¡inutilizado!,
absorto en la inmensidad de la nada.
Paradas, sus manillas anotan.
Hechizadas perecen ante el deseo;
(condición del humano).
Embrujadas por el ansia del gozo,
por el gozo inquebrantable de amar.
Es entonces cuando la hora se vuelve inexacta,
adolece de importancia,
pierde su nombre preciso.
Es entonces cuando el reloj se torna descuidado
y extravía su tiempo;
recuperando así nosotros la eternidad.
(II)
Porque el destino
evidencia señales:
envuelto estoy,
vislumbro el fuego fatuo,
que como dedos me indica,
donde se halla la aurora
cual dará voz;
a mis sueños de hoy,
y a los inocentes de antaño.
Donde alimentarme
y donde perderme,
de superficiales riquezas
tristemente incendiarias.
(III)
Yo quedo;
espiritualmente saciado,
corporalmente ingrávido.
Tú me llevas:
muy lejos de los castigos,
que innecesarios asolan
los pasos en esta tierra.
Ligero me vuelvo
para no llegarte a pesar.
Decidido...confío en ti
dejándome llevar.
(IV)
Quiero corretear entre limpios maizales,
sentir el soplo del viento vestido de oro,
y observar el vaivén de espigados trigales.
Quiero contemplar esa danza de sables,
verles bailar infinidad de ritmos
sin nunca llegarse a quebrar.
Quiero saberte a mi lado.
Quiero que mis ojos, cuando de a poco,
adormeciéndose se cierren,
puedan caer rendidos:
ante la renovación que me brinde
la florida blancura pellizcada
por rosáceos,
de lindos cerezos rejuvenecidos.
«Desde la renovación surge un manantial.
Del cual brota la sabiduría del agua que, llego
a la madurez tras pasar por la pubertad.»
(V)
Me place recorrer las calles,
deshacer los nudos,
sujetando la precisa y preciosa curva
del embudo que es tu cintura.
Me agrada aparear
mi amor a la lascivia.
Y a mi lascivia ajustarle tus medidas.
(Reconocerlo sin mas
¿Quién no la tuvo?.
Lascivia inherente a los hombres
aunque fuera en algún diminuto o apartado rincón
del retablo de nuestros días.)
Mi humana dicha se ciñe, (no queriéndose soltar)
al aroma, al apriete
y roce que desgrana el elixir,
contenido en el frasco que es tu cuerpo.
(VI)
Cada día que pasa
he de reconocerme más arraigado a tu alma,
(esclarecedor este hecho.)
cuando contigo me fundo,
cuando ahondando, penetro dentro.
...adentro de un túnel sin tiempo.
Allí me encuentro;
un pozo repleto de peces,
relleno de novedosos azules
de tono afrutado y tacto de terciopelo
...y dentro del mismo;
un lago.
Donde algas milenarias resguardan,
trocitos de planetas recogidos por el universo.
Y en el centro del lago ¡la tierra prometida!,
un pedazo de tierra roja
con un columpio que espera.
Espera mecerme, balancearme,
hasta que un surco se abra en el cielo;
mostrándome donde revierte el vino en sangre,
y la sangre en agua,
donde el ciclo interminable
resuena como una orquesta.
Allí se evidencia
cómo y cuándo los líquidos
se convierten en huesos y huellas.
318-omu G.S.(Bcn-2012)