Y los vi,
eran un grupo regular,
se reflejaba en ellos rayos de plata
y mostraban esfuerzo
por agarrarse de la juventud que se les iba.
Tenían niños todos ellos,
y rogaban porque en sus ojos
no se reflejen los tiempos,
y manoteaban para no dejar que se noten
las telarañas que se tejían en sus recuerdos.
Vi a varias damas con ropa ajustada,
apareciendo curvas
de la juventud que se va
por los hijos nacidos.
Vi a varios hombres con la columna erecta,
mirada entre verde y madura,
dientes de oro y otras cosas,
terno y corbata de oficina,
voz tratada como gruesa
queriendo colocarse entre la vejez
y la juventud.
Y me vi yo mismo,
como reflejado en mil espejos.
Me vi agarrándome de la juventud que se va,
manoteando para borrar las telarañas
que se tejen entre mis recuerdos,
entonces desperté,
y morí en el tiempo.
Ya no vi las ilusiones de la niñez,
morí en el tiempo,
ya no vi los jugueteos de la adolescencia,
morí en el tiempo,
ya no vi el empuje de la juventud,
morí en el tiempo.
Si, pasó todo en un segundo,
como casi cien años de memorias,
morí en el tiempo.
Cuando hay muerte hay llanto y gemido,
pero esta vez fue una muerte no llorada,
porque junto con ella nacieron nuevos pensamientos,
nuevas ilusiones y grandes planes,
para los tiempos que vienen
que terminaran de pintar de gris o plateado
los días y horas de mi vida.
Y en ese segundo,
di gracias por todo,
por la niñez muerta,
la adolescencia y la juventud,
y dije con sonrisa
son casi cuarenta...
y faltan más.
Serán años de amor y éxito.
Gracias a Dios...
morí en el tiempo.