Allá por Puerto Escondido
en una noche lluviosa
a mí me pasó una cosa
que todavía maldigo.
Estaba allá por Manacas,
vacaciones disfrutando,
como si fuera berraca
la plata dilapidando.
Andaba en carro rentado
con gomas sin recapar,
un foco desbaratado,
el tanque a medio llenar.
Cuando de prisa pasaba
por casa de unos parientes
sale una prima que andaba
en diligencias urgentes.
Con cara de yo no fui
un favor me solicita
y allí mismo yo caí
en una trampa maldita.
“Quiero, mi prima querida,
me des un adelantito,
para llegarme enseguida
a resolver un casito”,
“Es al cantío de un gallo”,
elocuente me explicaba
y ya me hundía en el fallo
sin saber qué me esperaba.
Se embulla toda la gente,
se me llena el cacharrito
y me pasa por la mente
recoger a Ángela Brito.
Levanta vuelo la nave,
todo es gozo y alegría.
Pobre tonta que no sabe
la cruzada que venía.
Cambiamos la carretera
por un camino escabroso
como si el destino fuera
tan oscuro como un pozo.
En un pantano podrido
vino el auto a naufragar,
se escucha un solo alarido:
la gente empieza a gritar.
Sobrepeso en la cabina
atestada de pariente
del tiro me vino encima
hasta una gorda indolente.
Se ha formado el despelote,
nadie se quiere bajar
y en medio de aquel molote
me empiezo a encabronar.
Se baja Pepe primero
de rodillas en el fango
y en aquel atolladero
me dice: “se armó el fandango”.
“Si no buscamos ayuda
aquí mismo dormiremos,
es una crisis aguda
que para rato tenemos”.
Una luz que parpadea
en aquella oscuridad
es gesto de humanidad
aunque nadie me lo crea.
Un tractorcito buscaron
para sacarnos de allí
y tanto se demoraron
que de sueño me rendí.
El poco de gasolina
que “en bolsa negra llegaba”
al cacharro ya me empina
y el susto se me pasaba.
Era casi madrugada
cuando salimos andando,
como flecha disparada
sin saber cómo ni cuándo.
Regresamos al momento
sin el caso resolver
y me he callado este cuento
por si vuelve a suceder.
Muy cerca de la verdad
es esta historia tan triste
si te preguntan por mí
les dices que no me viste.