Hoy no había tinieblas
o eran las mismas telerañas
sosteniendo el horizonte
en sus intrincadas manos
tejiendo a la vida
con sus hilos de la muerte.
La muerte
es aquella gracia de soplar
el disonante quejido de una gaita
nadie quiere la gaita
cuando el violin emite su dialecto
en nuestros oídos lamidos por sirenas.
La muerte es la página hecha doblez
en un conjunto de estampillas
pegadas sin un orden vascular
sobre una mesa rellena de tallos
cuyos pétalos, son la cigueña
sin hijos en la estancia.
Hay una niña vestida de ballet
girando su amor en el tocadiscos
su danza es magia blanca
hipnotiza a la desesperanza
con su juego de cometas
/alumbrando, socorriendo/
las lágrimas negras, negras
de nocturnos desechados
junto a miniaturas:
son gaviotas pendulando su amor
en un río carente de caricias.
¿Por qué? Quiero saberlo
Tú, doncella, adornabas con tus farolas
la poesía maldita de ángeles caídos.
Niña, mi niña de rosas frescas
regálame una mariposa
para cubrir con sus colores
este imaginarium devastado
por tu repentina danza dantesca.
Niña -eterna niña-
Sonríe a mi miedo
tu risa es una aureola
en estas sienes magulladas
por la huída de su grácil paloma.
Niña, eterna niña
convertida en danzarina hada
escurre tus polvos mágicos
sobre el llanto
de quienes te amamos
haz de tu partida,
el granito de nuestra fé mostaza
para creer todavía en los sueños
para creer por siempre en las hadas.
Niña, mi eterna niña
Creo por ti, creo en la magia
Creer, creer que después de la muerte
nos queda la magia de infinitamente,
en la música de los otros, vivir.