Debo hallar unos versos
que regalar a mi mujer,
algo que podamos usar los dos.
Para casi cualquier ocasión
de nuestros días iguales,
penosos por diseño celestial y humano.
Por el fatal error del Primer Pecado:
Un antiguo catálogo de mortificaciones
escritas con frases altisonantes y prostituidas.
Encuadernado con la piel de generaciones de sueños muertos.
Apestando a lágrimas podridas.
Iluminado por las obtusas manos de nuestros mayores.
Debo hallar unos versos
que, trenzados como hilo de Ariadna
nos ayuden a escapar de este laberinto.
De tortuosas relaciones humanas.
Versos filosos como dagas de plata
que esculquen inclementes el dañoso rincón de la certeza
de los inevitables salvadores del hombre.
Versos para la despreciable secta
de los que no son dichosos
- porque no los dejaron o porque nunca supieron -
Versos que consuelen
el oficio vacío de los inconformes,
sólo posibles para algunas bocas.
Como besos de elegidos.