No nos queda desnudez para proteger
nuestros ciclos explorados por vistas de concreto
No nos queda mañana en el minuto
acoplando su muerte en la hora
Suicida del relojero.
No nos queda el presente para abrazarnos
en las velas impermeables a nuestro sufrimiento
No nos queda el amor deteniendo la huida
desde el vacío amorfo de sombras
hasta la forma vaciando /de nosotros/ la esencia.
No me quedas tú para suspenderme en el grito
Tú dilatas el horror ecuménico de aferrarme
a las cruces agonizando el dolor en mi tiempo.
No te quedo yo –no hubo un yo-
Errando mi viaje al soñarte
en mi fuego heliocéntrico
No nos queda el pasado para salvarnos
la bienvenida en el mismo adiós
Moviendo el ondulatorio yerro