De repente empezó a moverse todo, el suelo se volvió el techo y el cielo parecía ser el piso del pequeño caserío donde vivía, una gran turbulencia lo rodeó y sin embargo no volaban las cosas, las casas se mantenían en su sitio pero el movimiento no cedía, una nube blanca empezó a cubrirlo de todos lados, parecían esos copos de nieve que en cuentos había conocido, por fin la calma llegó pero todo el aire se había bañado de esa escarcha que suavemente caía como un manto que poco a poco fue cubriendo todo el paisaje.
Desde la parte más alta de lo que alcanzaba a ver iban bajando los copos blancos y como en un baile lento se acomodaban sobre todo el pequeño pueblo, hasta dejarlo tapizado de esa blancura tersa y que sin embargo no hacía que se sintiera frío.
Al aclararse el ambiente, una suave música navideña empezó a sonar y en lontananza percibió un cristal que como lente le abría otro panorama extraño, se fue acercando hacia allá y paso a paso fue viendo las cosas más claras, pero igualmente su mente empezó a turbarse como nunca lo habría pensado, se distinguieron las figuras enormes de unos niños jugando y absortos mirando hacia él… Sí, eran sus dos hijos pequeños acompañados de otro par de sus amiguitos y las fauces enormes de su perro consentido, pero… ¿Qué había pasado? El tamaño era descomunal, él volvió la mirada hacia sí mismo y se vio como siempre, o así se lo parecía pero el pequeño pueblo del que venía, le pareció conocido pero nunca visitado por él.
Las miradas de los chiquillos le seguían con una admiración espectacular y algo mágica, el perro pareció sonreírle o reconocerle pero su carita se giraba de izquierda a derecha como queriendo entender lo que pasaba.
Se había quedado inmóvil pero con los ojos abiertos como platos, un tanto desorbitados; Por fin, se decidió a hacer unas señales con los brazos extendidos como señalando que ahí estaba él y los niños sonrieron, una enorme mano se acercó tras el cristal y todo volvió a moverse, la nieve repitió lo que antes había pasado y el ambiente volvió a ser blanco y turbio, todo se movió de un lado a otro y tras unos segundos, volvió la calma y empezó de nuevo la lluvia de cálida nieve hasta que de nuevo se aclaró todo tras dejar cubierto la superficie de ese blanco algodonoso que tapaba los colores de los objetos, las bancas y las casillas del sitio.
Los niños reían sin parar y con amorosa mirada empezaron a hacerle saludos con las manos, y fue entonces que empezó a recordar… “Se hallaba en el lecho de un hospital tras un accidente muy fuerte que por la imprudencia de un borracho había tenido, los médicos trataban por todos los medios de reanimarlo, su esposa amada lloraba desconsolada y él sólo pensaba en no abandonar a sus hijos, en especial a esa niña de rizos dorados que era su tesoro más preciado, esa niña que ahora veía llegar tras el cristal al escuchar a sus hermanitos reír y que sorprendida no creía lo que veía…”
Ahí estaba su Papilín al que creía muerto pues su madre, con lágrimas en los ojos, le había tratado de explicar que había partido al cielo, y sin embargo ahora, ¡Ahí estaba! dentro de aquella esfera que un día le trajeron de Canadá cuando los papás fueron a un viaje de trabajo y un diciembre apareció en el arbolito como recuerdo de aquella hermosa experiencia.
Pero ¿por qué estaba tan chiquito? Y cómo era que estaba ahí adentro y vivo si en verdad había muerto por el accidente que tuvo. Sin embargo no duraron mucho sus inquietudes, le bastaba verlo de nuevo en ese regalo que una navidad pasada había recibido, ¡Eso le bastó!, Empezó a llorar pero de gusto y alegría, y acercó sus tiernos labios para besar la esfera y mandarle un gran beso a su papito querido, los demás niños acompasaron el beso con risas y señas de saludo al pequeño ser que vivía en esa esfera de alguna manera sin necesidad de entender cómo era que había sucedido eso.
Fue entonces cuando volvió otro recuerdo a su alma atormentada por el momento, se vio en la cama del hospital abandonado por los inútiles esfuerzos de los médicos por reanimarlo o revivirlo y cuando la ciencia médica lo indicaba, le habían dado por muerto; Pero él seguía ahí y lo veía todo, entonces empezó a orar y pidió a Dios con toda su alma no abandonar a sus hijos, se recordó niño, se vio en esas navidades en que con ilusión, esperara el amanecer para ir a revisar abajo del arbolito junto al nacimiento a ver qué le había traído el niño Dios y entonces con su mayor fervor pidió a ese niño hermoso que le permitiera no desamparar a sus hijos y en su visión, tomó al niño del pesebre, con un beso y su alma en esas plegarias, se quedó dormido.
Su hermosa esposa entró al cuarto al oír el barullo de los niños y aún con la pena de la pareja perdida, preguntó que era lo que pasaba y fue la Nena quien le explicó en breves palabras que su papá había vuelto y estaba con ellos en esa esfera navideña, la volvió a agitar y la nieve volvió a revolver el ambiente pero ella no logró ver a nadie ahí dentro, sólo las casucha del paisaje que al dejar quieta la esferita volvían a quedar blancas y claro el ambiente, pero el esposo no estaba como los niños decían.
Ellos le insistían en cómo lo veían y las señales que les hacía pero ella no dijo nada pues creyó que el dolor de la pérdida del padre, les hacía ver esas visiones, y pensando que sería un buen paliativo al proceso del dolor vivido, prefirió dejar que la fantasía infantil hiciera su parte por unos días.
Desde entonces él quedó ahí encerrado, feliz de saber que sus pequeños lo podían ver y de alguna manera, él podía acompasar su crecimiento, aunque sólo fuera en los días cercanos a la navidad en que cada año, su niño Dios le permitía volver y compartir los besos y caricias que tras el cristal podía tener con ellos, así durante años los vio crecer y aunque no dejó de haber navidades en que ellos se olvidaron de regresar a mover la esfera para que el milagro se repitiera, ese fue su regalo de navidad cuando murió…
“Ser él, el regalo de navidad para sus seres más amados”.