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Fui de nuevo amamantado por mi madre,
me escuché mis llantos de bebé,
cálidas caricias sobre mi niñez,
-cuanto amor-
besos de infinita ternura y cuidados,
apretones, sobadas, pañales y teteros
y ni hablar del termómetro rectal,
fueron desfilando en mis recuerdos,
mis primeros juguetes, los sonidos,
música que no terminaba de entender
de dónde salía,
mis primas letras, ese abecedario que se te clava
y no te suelta, hasta que te lo aprendes
de memoria –si te lo preguntaban salteado-
te perdías entre letras y letras,
esos números martillados en cabeza,
no te salían las cuentas por ningún lado,
la angustia y el disfrute entre canicas
-ganar o perder unas cuantas-
y la pila de ellas se te acaba sin darte cuenta,
papagayos, trompos van y vienen,
-esa niña del recreo que te sonríe-
ese beso escondido que no te sabe nada bien,
-pero como te hace latir de emoción-
el primer mandado a dos cuadras de casa,
ese cambio que te devuelven de monedas
al hacer la compra, mis padres me dicen
-quédatelo pa que compres la merienda en la escuela-
y tantas, tantas… nostalgias de ese niño
que en el camino fue quedando,
pero esa presencia tierna y esa picardía
que me encontré en el bus,
me hizo niño de nuevo,
con tan solo una sonrisa en su rostro…
Ese niño no lo olvidaré jamás…
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