El sol ha llegado al cenit .Todo el campo se aletarga.
Sólo la chicharra cantora le hace frente al sol de enero.
El hombre camina lento, su cuerpo es como un tiento
sin el agua, ni alimento.
El sombrero de ala corta apenas cubre su rostro,
y en su cara enrojecida no tiene lugar el gozo.
Sin palabras abre la puerta, el cansancio lo domina.
Allí reina el alboroto y la felicidad genuina.
Deja el sombrero y se sienta.
Los chiquillos lo rodean, la mujer sonríe serena.
Valió la pena el esfuerzo!
La risa va llegando al rostro.
Aquel había sido un día muy difícil. De esos días que llegan una vez al año.
Y parece que ese había sido precisamente el de ese año.
Su jornada laboral no se desarrolló igual que siempre, y no por falta de esmero.
Aquel hombre siempre hacía el mejor esfuerzo para cumplir su diaria jornada.
Eso lo había aprendido de su padre, y éste de su abuelo, y tal vez aquel de su bisabuelo.
Pero enfrentar la vida cuando todo marcha bien no en mérito del que nadie pueda jactarse.
Esos días difíciles son como una oportunidad que la vida le brinda a las personas para demostrar que pueden enfrentar las dificultades sin perder la sonrisa.
Aquel inicio de año traía consigo promesas de un progreso inminente, y enero era ya el primer escollo que había que superar para lograr las metas trazadas.
Menos mal que él tenía una mujer hacendosa, y unos hijos alegres y divertidos, derrochando inocencia. Ya habrá tiempo para organizar ideas y prepararse para la batalla del día siguiente.
A pesar del cansancio Juan se siente feliz. Hace cuatro años consiguió el trabajo de puestero de la estancia, y en ellos ha podido hacer crecer su capital con la venta de los lechones que cría con la ayuda de Inés, y la cosecha de grano que hiciera en el campo que el patrón le asignó, ha sido de excelentes resultados. Sonríe viendo a sus hijos, que sabe mañana extrañará, cuando se vayan de vacaciones a la casa de la abuela. El y su mujer no pueden abandonar el trabajo y sus animales. Después de la siesta continuará con el arreglo de los alambrados del otro campo. Tendrá que ensillar el caballo porque la caminata de hoy, ya fue suficiente. De paso irá a preguntarle al patrón a qué hora sale para la ciudad, así lo esperan ya listos. Ya se han dormido los niños, la madre trajina en la cocina. El silencio y el frescor de la pieza de adobe y techo de paja le permiten conciliar el sueño.
A veces al intentar dormir unas horas, es sin proponérselo, entregarse al sueño eterno. La muerte es la invitada sorpresiva que llega cuando menos se le espera.
La vida es una sucesión de eventos que a veces por estar ensimismados en vivir, solemos olvidarnos que estos pueden ser interrumpidos bruscamente con la presencia de la muerte.
Esa noche fue una noche como todas, la brisa seguía entrando por la abierta ventana dejando su frescor en un cuerpo que ya no respiraba. Juan vencido por el cansancio de la vida, había sufrido un infarto directo al miocardio que había partido su amoroso corazón en dos mitades. Allí, con la mirada fija en el techo de paja de su humilde casita, tendido en el viejo camastro donde yacía su cuerpo inerte había dejado de existir; muy a pesar de su empeño por seguir viviendo, para cumplir cada uno de los proyectos que sus obligaciones de amoroso padre, amantísimo esposo y trabajador responsable, le habían asignado.
Afuera en la cocina, su esposa inocente del percance aún trajinaba, ya tendrá tiempo de enterarse del triste suceso y de cargar a cuesta el terrible dolor de esa ausencia inesperada.
Afuera el campo duerme, seguramente en la espera de su sembrador de ilusiones, a quien pronto habrá de cobijar en sus entrañas cuando le den cristiana sepultura.
EL caballo y el perro, al parecer ya presentían el suceso, pues esa tarde, el perro miraba con tierno agradecimiento a su amo y movía su cola dando saltos de alegría demostrando un agradecimiento más allá de la forma acostumbrada, que cualquiera podría decir que se estaba despidiendo de su amo. Su caballo por el contrario lucía cabizbajo y taciturno, ni un relincho emitió aquella tarde, como una extraña señal de duelo, que su instinto animalesco le anunciaba.
Así, aquel día trajinado, con una tarde serena, se convirtió para Juan en su último día en la tierra.
FIN.