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Una historia campesina .Fusionado con Alejandro Díaz Valero

El sol ha  llegado al cenit .Todo el campo se aletarga.

Sólo la  chicharra cantora le hace frente al sol de enero.   El hombre camina lento, su cuerpo es como un tiento   sin el agua, ni alimento. El  sombrero de ala corta apenas cubre su rostro,   y en su cara enrojecida no tiene lugar el gozo.   Sin palabras abre la puerta, el cansancio lo domina.   Allí reina el alboroto y la felicidad genuina.   Deja el sombrero y se sienta. Los  chiquillos lo rodean, la mujer sonríe serena.   Valió la pena el esfuerzo! La risa  va llegando al rostro.

 

Aquel había  sido un día muy difícil. De esos días que llegan una vez al año.

Y parece que  ese había sido precisamente el de ese año.

Su jornada  laboral no se desarrolló igual que siempre, y no por falta de esmero.

Aquel hombre  siempre hacía el mejor esfuerzo para cumplir su diaria jornada.

Eso lo había  aprendido de su padre, y éste de su abuelo, y tal vez aquel de su  bisabuelo.

Pero enfrentar  la vida cuando todo marcha bien no en mérito del que nadie pueda  jactarse.

Esos días  difíciles son como una oportunidad que la vida le brinda a las personas para  demostrar que pueden enfrentar las dificultades sin perder la  sonrisa.

Aquel inicio de  año traía consigo promesas de un progreso inminente, y enero era ya el primer  escollo que había que superar para lograr las metas trazadas.

Menos mal que  él tenía una mujer hacendosa, y unos hijos alegres y divertidos, derrochando  inocencia. Ya habrá tiempo para organizar ideas y prepararse para la batalla del  día siguiente.

 

A pesar del  cansancio Juan se siente feliz. Hace cuatro años consiguió el trabajo de  puestero de la estancia, y en ellos ha podido hacer crecer su capital con la  venta de los lechones que cría con la ayuda de Inés, y la cosecha de grano que  hiciera en el campo que el patrón le asignó, ha sido de excelentes resultados.  Sonríe viendo a sus hijos, que sabe mañana extrañará, cuando se vayan de  vacaciones a la casa de la abuela. El y su mujer no pueden abandonar el trabajo  y sus animales. Después de la siesta continuará con el arreglo de los alambrados  del otro campo. Tendrá que ensillar el caballo porque la caminata de hoy, ya fue  suficiente. De paso irá a preguntarle al patrón a qué hora sale para la ciudad,  así lo esperan ya listos. Ya se han dormido los niños, la madre trajina en la  cocina. El silencio y el frescor de la pieza de adobe y techo de paja le  permiten conciliar el sueño.

 

A veces al  intentar dormir unas horas, es sin proponérselo, entregarse al sueño eterno. La  muerte es la invitada sorpresiva que llega cuando menos se le espera.

 

La vida es una  sucesión de eventos que a veces por estar ensimismados en vivir, solemos  olvidarnos que estos pueden ser interrumpidos bruscamente con la presencia de la  muerte.

 

Esa noche fue  una noche como todas, la brisa seguía entrando por la abierta ventana dejando su  frescor en un cuerpo que ya no respiraba. Juan vencido por el cansancio de la  vida, había sufrido un infarto directo al miocardio que había partido su amoroso  corazón en dos mitades. Allí, con la mirada fija en el techo de paja de su  humilde casita, tendido en el viejo camastro donde yacía su cuerpo inerte había  dejado de existir; muy a pesar de su empeño por seguir viviendo, para cumplir  cada uno de los proyectos que sus obligaciones de amoroso padre, amantísimo  esposo y trabajador responsable,  le habían asignado.

 

Afuera en la  cocina, su esposa inocente del percance aún trajinaba, ya tendrá tiempo de  enterarse del triste suceso y de cargar a cuesta el terrible dolor de esa  ausencia inesperada.

 

Afuera el campo  duerme, seguramente en la espera de su sembrador de ilusiones, a quien pronto  habrá de cobijar en sus entrañas cuando le den cristiana sepultura.

 

EL caballo y el  perro, al parecer ya presentían el suceso, pues esa tarde, el perro miraba con  tierno agradecimiento a su amo y movía su cola dando saltos de alegría  demostrando un agradecimiento más allá de la forma acostumbrada, que cualquiera  podría decir que se estaba despidiendo de su amo. Su caballo por el contrario  lucía cabizbajo y taciturno, ni un relincho emitió aquella tarde, como una  extraña señal de duelo, que su instinto animalesco le anunciaba.

 

Así, aquel día  trajinado, con una tarde serena, se convirtió para Juan en su último día en la  tierra.

 

FIN.

 

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