Debo sentarme, es la única forma de verla.
Es como si ella supiera todo. Sólo con el pasar de unos minutos, ella aparece.
Aparece caminando hacia mí, destilando ese perfume a vida que desprende su sonrisa.
Me acaricia con su mirada y no puedo hablar, las palabras no se me dan.
Todo lo que hago es observar; ¡vaya imagen la que me regalan mis tardes de pesar!
Está ella y nada más. No necesito nada más, ni éste oxígeno para respirar.
La veo bailar, dando vueltas y vueltas sin parar. Eso me hace recordar.
Me habla y no la puedo escuchar. Escribe en el vidrio: “vente conmigo ya”.
Se da media vuelta y siento de nuevo soledad.
Me levanto, pero mis piernas no pueden más y el cordón del catéter no estira más.
El piso frío me hace reaccionar. Abro bien los ojos y veo como ella en la distancia se va.
Se ha ido. Entra la enfermera diciendo que: “ya es hora de merendar”.
Hasta mañana será. Mientras tanto, debo esperar que Dios me reuna con ella en el más allá.