Mi obstinación debería decirte
que mi inspiración no murió
entre tus brazos-
que tus besos nunca fueron
la medida de todo-
Mi obstinación debería gritarte
que el pasado es sólo
una manera de engañarnos-
un modo de excusar
que estuvimos vivos
-aún mucho antes de nosotros-
mientras la tierra
se amodorra
en esa mueca
que hasta ayer
-ingenuos-
nombrábamos sonrisa-
y que hoy
-francamente-
me da risa-
Mi obstinación
debería razonarte
que no hubo daños
a primeros ni terceros
-que para lastimar
hacía falta sentir
y que para sentir
hacía falta amar-
Mi obstinación
debería ser capaz
de mirarte
a la cara
-con la intrascendencia
que se posa en las cosas-
con esa levedad que de tan leve
se soporta-
mientras el reverso de la mano
aplica bien la fórmula:
te esconde estas lágrimas-
y las guarda-
sin que -jamás-
la otra mano lo note-