Como piedra rodante en el río
gastada por los golpes del sedimento,
ya cansada de rodar a la derriba
fortificas a tu derredor un castillo.
Son las altas columnas tu seguridad
ante los furiosos dardos portátiles,
es tu voz el escudo defensivo;
tus manos como cañones volátiles.
Tu defensa es la razón armada,
el silencio, el reloj sin agujas.
Tus nudillos valientes guerreros
careciendo de bendita misericordia.
Haces tras el insomnio una barricada
y desde allí lanzas golpes a tus enemigos,
arrojas piedras, frascos de ira, leña,
mojosos clavos y trozos de hierro.
Te opones a subir la bandera de paz
sin enviar el batallón de emociones,
sin antes haber gritado el último grito
y dado sentencia de muerte a los dolores.
Rehúsas aceptar las acostumbradas excusas
de labios partidos a sabor a sangre,
haces liquido las mañas dañinas,
vapor, humo, neblina, nada, hambre.
Adornada de valentía, ya eres fuerte,
coronada de audacia, fuego, arranque.
Tatuando el cielo hostil con la frente
porque eres más que vida, ¡eres aire!
Daniel Badillo