Si al frío de esta noche le doliera el silencio
como me duele el miedo de volverte a encontrar,
desandaría a riesgo de enloquecer los páramos
que mi canción anduvo por enseñarte a amar.
Cansado ya, cansado de verbos y adjetivos
con que tu voz se mofa de mi resignación,
me asalta la tristeza de que no haya otro mundo
más allá de este trópico de fiebres en que estoy.
A mi no me perdonan tu Dios ni los inviernos,
que año tras año atisban por el mismo balcón,
el haberte olvidado en las notas cristales
de la más primavera estación que brilló.
Me torturan los garfios agudos de tu risa
en el final peldaño de aquel tardío tren,
que me dejó en la vieja estación del olvido
atado a la cadena de un beso que no fue.
Y allende las augustas cabelleras del trigo,
que en el campo se mecen, para mi ya no hay sol.
Y sin embargo el frío de esta noche no puede
entender como duele, cuando duele el amor.