Cuando en guerra los vientos me sacudían
para intentar quebrantar mis frutos,
temí y momentáneamente me escondí
tras alfombras verdes y altas montañas.
Esas fuertes brisas zarandeaban mis hojas,
hacían de ellas escarnio, pena y fragmento.
No, no supe que hacerme en ese momento
dónde carecí de valentía en las noches obscuras.
La copa de mi esperanza dudó si llegarías
a abrigarme de la fulminación de sombras,
a auxiliarme de las voces en el aire
que deseaban ver mi tronco en el suelo.
Pero llegaste a tiempo a proteger mis semillas
y agradecido estoy que el fruto no escaseó.
Ni desnudaron las ramas de este, mi huerto,
cuando me cobijaste con amor.
Renacerá un nuevo día y reiré,
brotaré nuevas semillas en el mundo entero.
Mi tronco se ensanchará dando nuevos anillos
para albergar las aves del cielo.
Mis raíces me anclan a ti y doy oxígeno;
absorbo tu agua, mi rama se extiende.
Vivo en tu presencia todas mis primaveras
pues me abonas y mi árbol reverdece.
Me has nutrido de ánimo, no me fallaste.
Produzco sustancias que perfuman la intemperie.
Aun mi medio ambiente testigua tu cortesía;
tengo vida, tengo altura y nada se pierde.
Cada año contaré a los campos de tu rescate,
verán las praderas el frondoso paisaje
de este árbol que no perdió su follaje
ni el habitar de tu amor inalterable.
Daniel Badillo