Han pasado ya once meses, para que el hombre vuelva a ser niño
la cuidad parece volverse buena, parece que todos han cambiado para bien.
Parece haber reinado la hipocresía diría yo.
El ahora niño mira a su alrededor y piensa “Todo es tan falso”, esto no era así.
Pero no tiene derecho a reclamar, la ciudad y sus quehaceres lo han consumido,
hasta dejarlo sin vida propia.
La nieve rodea su casa, el viento sopla y se entretiene con el frío.
No quiere encerrarse otra vez, así que va a caminar por la avenida,
increíblemente mira como los productos han, literalmente, comprado su niñez.
Ahora el verde y rojo parecen hacer negro,
y el cielo iluminado solo es una protector de pantalla barato
que nos trata de envolver en la mentira comercializada.
Luces artificiales y canciones de mentira se apoderan del alboroto en masa
y las máscaras relucen nuevamente.
Se ha dado cuenta que ya no es un niño, que su niñez desapareció hace años
y no volverá a sonreír con luces de bengala.
Prende un cigarrillo y el tiempo se consume con el,
está perdido, ya no sabe a dónde pertenece.
Su identidad ha sido robada y vendida al mejor postor.
Es ahí cuando me detengo y pienso si aquel hombre volverá a ser niño,
o si el niño teme hacerse hombre y perderse en la “evolución”.
Él ha perdido su camino, pero no sus pies,
y aún las campanas no han sonado.
Los colores verde y rojo todavía tienen vida,
solo que ahora casi nadie ya lo ve.