Cuando digan las rosas tus sílabas alondras
al viento que se cruza frente a mi ventanal,
sabré que la distancia pudo más que las fuerzas
de tus alas gaviotas, y que no volverás.
Soñé que llegarías por fin una mañana
toda madreperlada, desde el fondo del mar,
desenredando alegre tus cabellos de diosa,
cabalgando en la ondina de una aurora triunfal.
Refugiado en mis miedos de renovados filos
organizo batallas contra la soledad
que tu nombre dejara a un costado del frío,
del frío que hoy es mío como de nadie más.
Y ahora que me asisten tus recuerdos más tercos,
cómo increpar al fuego que no nos abrigó;
cómo pintar la aurora con inéditos vésperos
que no tengan tus labios pronunciando el adiós.
Tal vez tras el deshielo de esta tristeza encuentre
el alma que animaba mi ser antes de ti.
Y si te la llevaste en la piel, mala suerte.
Quédatela. Yo puedo sin ella revivir.