Lisonjero me hablaste, con un hablar tan quedo,
que pensé en el santuario donde se reza el credo.
Cuando dijiste te amo, eres tú mi adoración,
aquel sublime halago me robó el corazón.
Sin estar en el cielo, fueron divinos tiempos,
de llameante pasión que marcó nuestros cuerpos.
Más amor disfrutamos, del que en verdad teníamos,
hechizando ilusiones mientras juntos vivimos.
Con el pasar del tiempo, sin mediar confesión,
todo aquello tan bello se volvió confusión.
Tú buscaste otro amor, más vehemente que el mío,
yo sola me quedé, no quería otro amorío.
Mas otro tiempo pasó prolongando la vida,
y sosegando en mi alma la triste vieja herida.
Hoy si te veo de nuevo, al cruzarme contigo,
no creo que perderte fue para mí un castigo.
Se marchitó la rosa por la que fui cambiada
y en tu vida de hoy, de amor, tienes menos que nada.
Por suerte para mí encontré, en distinto camino,
mi nueva alma gemela ¡Regalo del destino!
Autora:
Amelia Suárez Oquendo
Amediana
29 de diciembre de 2012