Despojada de todo fúnebre sollozo
va tirando flores al camino.
Única, nunca entre paréntesis,
no existe en ella ruido nostálgico.
Reina en su lugar la música jovial,
el tono retraído de la aurora,
da fruición a la delicia de los sueños
y al don de mis manos, pan de vida.
Su júbilo termina en matutino
perfumando los insensibles amaneceres.
Contar su sonrisas se ha vuelo mi oficio,
recoger sus suspiros, mis atardeceres.
Diluye con bien las largas horas,
los pesares se hacen inexistencia,
las penas vuelan todas al olvido,
y la sangre circula libre, sin resistencia.
Sus abrazos derriten las pesadillas del alma
las sombras huyen al brío de sus labios.
Custodia de paz, hoy sus palabras declaran:
¡Iluminación! ¡Alumbramiento! ¡Fulgor y brillo!
Ven, ilumina aquellos senderos tenebrosos
infundiendo tu luz en toda órbita y esfera.
Emana, cercana estrella, sobre los cosmos,
cámbiame estas tinieblas por tus lumbreras.
A cambio adulo tu bóveda celeste
tendida como un manto en el firmamento,
porque haces de mi cielo un núcleo gigante,
y lo diminuto de mis sueños, un universo.
Daniel Badillo