Una súbita palpitación,
tan breve el resplandor,
Que nada alcancé a entender
Nada sentí, pero el mundo estaba ante mí.
Y sin sueños llegué,
Sin más armas que las que no podía ver,
Sin más ojos que los que me observaban,
Sin más corazón que el que latía bajo mi pecho,
Sin alegría, ni llanto, ni sabiduría, ni rencor.
Sentidos me despertaban,
Rugían desde mi interior,
Me llamaban las estrellas, la luna y el sol,
Me invitaban a descubrir el existir,
Existir de ser humano,
mas libre de toda corrupción.
Y al universo le llamé infinito,
a las nubes algodón,
El cielo era mucho más extenso,
y nada era un error.
Jugué con los altares de mi joven edificación,
Porque nada daño me hacía,
No había ningún escudo en mi corazón,
Y sin saberlo
en aquel momento fui Dios.