Nada queda después de la nada.
Es inevitable en este silencio clavando sus agujas
/en el metal de mis teteras/
cabalgar el pobre día de establos pútridos de hierba.
No hay caballos (vuelven los caballos en sus soles de piedra)
para montar su erizo y gritar de placer, la estaca cruel
hundiendo su melena sobre el jinete balanceando sus bujías
en el último día de la hoguera.
Para qué remolino si no hay viento capaz de alzar el paracaídas ocular
Sobre cenefas girando su estetoscopio en la moraleja avinagrada.
Nada queda después de la nada
Sino la inercia de mecedoras, tejiendo el abolengo de las estériles Parcas.
“Vuelen cigüeñas sobre los pantanos de cuervos”