El hombre ha muerto en tu vientre y mi carne ahora está hecha de mujer. Cuando lo entierro, el niño maduro se revuelve para preguntar si hay que dar al reloj de beber. Yo me rajo mi estómago y dejo salir a las mariposas que antes revoloteaban dentro al abrigo de las lágrimas. Luego tomo tu mano y la introduzco en mi pecho para que se llene de mañanas. Mis dedos de perdón se introducen en tus pensamientos y yo acaricio tu pelo; es tarde, yo lo sé, la colmena me rechaza pero mi piel sigue caliente y ha derretido mis secretos. Yo me pierdo en el universo de tus ojos apagando luces de velas. Es la última vez que te beso y mi alma avanza por mi garganta para clavarse en tu lengua. El tiempo se ha detenido en tus labios y yo cuando corra otra vez sé que esperaré en vano a que tu boca me la devuelva.
Este es el precio de perder el alma, por mis venas camina ahora la hidra de Lerna.