Alguien supuso que estaba muerto.
Su ausencia se tornó costumbre,
se apagó una lágrima
y un viejo recuerdo perdido y cansado.
No hubo despedidas, lápidas, ni flores;
nadie dijo poemas, palabras, ni honores.
La muerte temprana le acarició la piel,
le puso grilletes, mancilló sus años.
Pero un día, de nuevo, volvió la luz a sus
manos,
de la tierra húmeda brotaron sus versos
y aquellos quebraron los pernos del falso
entierro,
desplegaron sus alas
en lírica fuga desde el encierro.
La vida resurgida fue de alegría,
el averno turbado mostró su asombro.
Se abrió la sonrisa de una poesía.