Navegar mar adentro por su vientre,
mirar las sombras y los peces.
Navegar sintiéndome náufrago,
hundirme sin remedio.
Ir hacia el límite, la horizontal línea
en la que existe el beso eterno:
el cielo y la mar en cópula perpetua.
Ser una molécula de sal,
tal vez mínima lágrima.
Todo, mientras el mundo es un devenir:
Vibrar al compás de las últimas energías.
Sentir la piel quemada, ser grieta de sal.
Y llega la noche y las enlutadas gaviotas
a picotear los vestigios y el horror
de mis ojos que nunca miraron.
Y el mar será totalidad, universo de agua.