Las palabras
nos encierran, nos liberan
son socavones húmedos
o palomas al vuelo.
Las palabras nos nocionan, nos esclarecen,
nos limitan. Ellas traen
contornos y dimensiones.
Las palabras son herramientas mínimas,
discretas pero soberbias.
Pueden darnos quietud
misterio,
caída y clamor.
Por ellas pueden condenarte
o puedes condenar.
Pero ante todo
pueden darte un nombre
para la Historia,
no importa si de la grande
o de la cotidiana.
Abramos, pues, las fuentes,
los diccionarios nuevos,
el léxico iracundo,
en pos de ellas:
Que sean claras
que nos atraviesen,
que sean imprecación
desnudez semiótica.
Que llamemos muerte a la muerte,
luz a la luz.
No las mastiquemos,
que sean ondas, inmaterial materia;
trompetas de Jericó,
murallas chinas,
torres inclinadas
a perdurar.
Pirámides energéticas,
observatorios sintácticos,
dólmenes pascuales.
Las palabras pueden abrir
resquicios, equinoccios;
crecer como la luna,
darnos fuerza telúrica.
Que sean verbos
más que nada.
Verbos:
¡Correveidiles de la justicia!