Para saber de una flor bella hay que buscarla.
Hay que despertar el sentido de su aroma,
Hay que tocar el torso de sus pétalos,
Y dejar que nos acaricie su ternura.
Para saber si en su jardín sonríe,
Hay que asomarse a el de vez en vez,
Para saber si el agua toca sus raíces,
Y si de mano jardinera nos quiere una vez.
Si sus ojos han llorado por desamor,
Y sus hojas parece un poco se resecan,
Mirad la enredadera que te canta,
Mirad mis manos que ablandan tu tierra.
Mirad también mis ojos que quieren,
Que tus tallos y ramas en alas vuelen,
De ilusión o de ganas de vivir en edenes,
Donde vuelvan tus dos ramas a dejar poesía.
Donde la noche o el día te inciten,
A sentir el rocío que te envuelva,
Y acaricien tu mejilla estos versos,
Que quisieron hoy llegar hasta tus aires.
Y ese espíritu que hoy ausente reposa,
En ese exilio voluntario, no discuto,
Que tú alma lo tenga aprisionado,
Pero déjame saber que esta dormido.
Que pronto volverá por esos vuelos,
A escribir tan suaves líneas epopeyas,
De nuevas conquistas y sin recelos.
Dejarme atrapar por todos ellos.
Sucumbiría con gusto mis segundos,
Por no escribirte intento de algún verso,
Preferiría pasar en mi tiempo por los tuyos,
Y deleitarme de contento de tus sentimientos.
De esos que le cantas a las musas infinitas,
Que te visitan en la tarde de una añorada cita,
O en el resplandor del azul oscuro de tus vistas,
En el resplandeciente sol que te ilumina.
Saber que ha sido de una poetiza que voló.
A tierras donde no he visto sus horizontes,
Que trastocó con su tinta mis emociones,
Querer que vuelva a escribir tan solo quiero.