Aunque no pueda abrazarla, abriré mis brazos a la lluvia.
Las gotas de lluvia caen sobre nuestras cabezas porque es lo primero que encuentran.
Si la lluvia supiera que el sol la evaporará, tal vez ni cayera.
Nosotros no nos impregnamos con la lluvia, es ella quien se impregna de nosotros.
La lluvia a veces golpea la ventana para que la dejemos entrar; otras veces ella misma la abre.
Quien llorando mira la lluvia, pensará que el cielo está triste.
Cuando llega la lluvia, el campo sonríe y el río canta.
Cada gota de lluvia tiene su propio espacio en la tierra.
Ayer mientras llovía, pensé en mi infancia.
La lluvia casi siempre nos trae nostalgias, tan breves como ella misma.
Abrir los brazos a la lluvia, es un acto que pocos se han atrevido a realizar.
Bañarse en la lluvia es una manera de sentir a Dios cerca de nosotros.
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