Una alegre ciudad donde el sol le sonríe a todos y a cada uno de sus ciudadanos. Un hombre pasea por una peatonal, su altura es tanta que las nubes serían sombreros para él. De repente unas serpientes lo rodean, cuatro de ellas son negras y la que ve de frente blanca. Los animales no dejan de mostrar su bífida y larga lengua. Amenazantes, son el temor de la gente que huye despavorida. De un segundo a otro se transforman en humanos, de vestimenta ámbar y un tanto andrajosa, en sus miradas se centra las ganas de pelear. La serpiente de en frente es reconocida por el hombre y pronuncia su nombre:
-Enrique, pero que es todo esto?
-No lo sabes.? Queremos algo que tienes en uno de los bolsillos de tu campera.
El hombre se lo hurga y saca una esfera celeste de cristal la cual le parece muy conocida, en algún lugar la ha visto e inconscientemente sabe lo que representa. Sin pensarlo le responde:
-No! Esto no lo doy por nada.
Los hombres que le rodean se preparan para una pelea, puños y patadas se hacen sentir en los cuerpos de todos, mientras Enrique solamente se queda mirando. Un último puñetazo rompe con el mentón de unos de los matones y lo desmaya. El conocido del hombre comienza a arrojar piñas, pero su rival las esquiva a todas, el hombre conecta una patada en el abdomen y sigue con la nariz; unos cuantos puñetes en la cara y Enrique cae. El hombre expresa:
-Eras mi amigo, por qué me atacas? Tanto representa esta esfera para ti?
-No soy el único que anda tras ella, te aseguro que muchos te buscaran; yo soy sólo un simple soldado al que le pagaron bien.
-Así que es por dinero? Por eso te vendes?
Repentinamente el piso se sacude, los edificios de alrededor comienzan a bailar, la calle se raja. El hombre piensa en correr y de hecho lo hace, vidrios se estremecen y se lanzan como lluvia; mas a pesar de que lo envuelven no le hacen daño. Ni un raspón, nada. Mira la esfera y nota que un cuarto de ella ha desaparecido.
Se frena en su corrida, el sacudón se detiene. Ve del otro lado de la calle un edificio enorme, por alguna razón le llama la atención. El jefe de Enrique era un excéntrico millonario dueño de varios condominios; ambicioso y perdido en su locura deseaba esa esfera mucho más que nada en el mundo. Pero, qué tiene que ver el hombre? De repente la oscuridad invade, todo se tuerce hacia atrás en forma redonda. Aún así el edificio es lo único que se vislumbra, un rostro avejentado y canoso se muestra delante del hombre. Le habla:
-Tienes el poder de cambiarlo todo, sal a la luz; eres tú el salvador. No entregues esa esfera por nada, cuídala y cuida de quienes viven en ella.
No sabe qué responder, ni sabe a qué se refiere lo que le dijo ese anciano. El salvador? De qué o quiénes. Su mente divaga en un espacio sin tiempo, no sabe si es un sueño o una alucinación. De seguro está en un paraje de sus pensamientos que no puede domar. Súbitamente todo vuelve todo como antes, el edificio sale de su forma de cuadrado y se va transformando en un humanoide gigante, su cabeza es la terraza. Lo mira al hombre y comienza a dar como manotazos, pero el humano puede esquivarlos y correr nuevamente, la amenaza de atrás lo imita, algunos edificios que poco han quedado en pie van siendo destrozados por el grotesco humanoide de material y vidrios. El hombre se para, se da vuelta y mira fijamente a su enemigo. Estira un brazo y su mano con los dedos abiertos viendo hacia arriba. Vocifera:
-Tu ambición por conseguir algo que muchos quisieron pronuncia una destrucción. Lo que deseas no es para un único ser, es para todos. Eres patético como tus antecesores…
En ese segundo los vidrios del edificio se quiebran en mil pedazos, la palabra del hombre rezó una bendición que lo destruye. El material se va rajando hasta convertirse en polvo, y otra vez un sacudón. De nuevo las calles comienzan a rajarse, el hombre empieza a correr. Otro cuarto de la esfera desvanece.
El hombre se detiene, la escena cambia radicalmente. Ahora se centra en el claro de un bosque, bello como la naturaleza lo pudo imaginar. Los árboles mecen sus hojas como bailando al compás del aire. Los pájaros cantan felices y le rinden homenaje a la luz. Pero no todo es tan bonito como parece. Del suelo surge una construcción, enorme y alta; que no es nada más que un asentamiento militar. Naves y tanques surgen de la base destruyendo todo a su paso, no les importa si es animal o vegetal; los vehículos solamente sonríen macabramente y arrasan.
Qué puede hacer el hombre? Él tiene que mirar y dejar que todo sea demolido por una ambición? Le viene a la mente gritar, y de seguro lo hace. Asusta al aire y la luz queda temblando. Todo se detiene y se centra en él. No hay necesidad de esto, debería ser distinto; pero es una vena humana el desear poder y más poder hasta conseguirlo todo. Él nació para redimir una especie y ya es el momento. Mira hacia la base y nota a su padre, un poderoso general saliendo de ella; se acerca y le interroga:
-Qué es todo esto, padre? Tu diriges este ataque? No te reconozco, no sé quién eres. Tú, un hombre de paz, que entraste a la milicia para probar que las guerras no sirven para nada!
-Hijo, a veces la única solución es la que menos deseamos. Pero tú tienes el poder de acabar con todo esto, eres el salvador. Y él nos pagó para esto, ese hombre de los condominios. Tu madre y yo te hicimos pero tuvimos algo de ayuda. Seguramente lo comprenderás a su debido tiempo. Ahora no nos queda más que movilizarnos. Perdón, hijo mío.
Los vehículos vuelven a moverse, a destruir todo lo que esté a su paso. El hombre no puede soportarlo y otra vez grita, pero con más intensidad. Aviones y tanques caen ante semejante alarido y comienzan a derretirse, como fundiéndose en una caldera. Al padre del hombre le sale sangre de su pecho. El salvador lo asiste en sus brazos y con tristeza le expresa:
-No, padre, no. Otra vez no, esa vieja herida de guerra que te dejó en ese frío y oscuro lugar, rodeado de madera. No te vayas padre, yo te perdono.
-Hijo, tienes el poder… -le responde agonizante-.
El hombre se concentra, le toca la herida y lo sana. Un milagro que nadie puede hacer más que el mismo. El general se repone y prosigue:
-Lucha por tu causa hijo. Nunca dejes de luchar y hacer el bien que proyectan tus ojos.
Otro cuarto de la esfera desvanece.
Nos situamos ahora de regreso a la ciudad justo frente al lugar donde vive el hombre. Él abre una pequeña puerta de metal blanco. Un pasillo largo y sumamente estrecho con escalones se puede visualizar con la luz que proviene de afuera. El hombre cierra la puerta y empieza a escalar despacio la escalera. La oscuridad es total, no se puede ver ni las manos; pero el salvador adivina donde pondrá cada pie, hasta que de repente los escalones se tornan lisos. La escalera se transforma en un tobogán, el cual lo desliza hacia la entrada sobrepasando la puerta. Ahora se halla en un lugar pleno de luz. Está más que desorientado, mira por todos lados; pasó de la oscuridad intensa al brillo cegador. Una voz se hace escuchar:
-A pesar que el mundo esté devastado tú eres el salvador que todos ruegan que llegue. Eres una creación divina y este es tu segundo regreso. Ahora ve y guíalos a un futuro mejor, a aprender de nuevo y a no cometer los mismos errores.
-Per quien eres tú? –pregunta confundido-.
-Soy la esperanza que radica en ti, la que les devolverás a ellos; los sobrevivientes.
El último cuarto desaparece, la luz se hace todavía más brillante y desvanece. Despierta. Solo fue un sueño. Se sienta en su cama y ve la esfera que sostenía en su sueño. La misma pero con el diseño de los continentes en dorado. Torpemente se le resbala de las manos y cae al duro piso de cerámico de su habitación. La bola se hace trizas, como lo que verá por su ventana mientras camina hacia ella. Todo destruido, calles rajadas, casas y edificios devastados. Pero no fue un terremoto, fue la última guerra que se vino suscitando hace unas semanas. El mundo llora sus lágrimas de paz, la ambición de un hombre y el lema de otro consiguieron que la humanidad muriera y descansara en sus propias tumbas de desastre, o al menos el 80% de ella. El reflejo en el vidrio de un hombre acongojado, de barba y cabellos lacios hasta los hombros, aunque en su mirada exista tristeza hay lugar para una esperanza; y pronuncia unas palabras:
-Soy el salvador