Tendido en mitad de la sala
sobre una mesa llena de llantos.
Únicos testigos de su presencia
baldosas y una carta al olvido,
en la que consta su nombre
cuando vivo.
Desgastada sábana le tapa,
no tan corta para dar asco
no tan larga para sus pies descalzos.
Donde la roña se acumula.
Demasiado camino,
demasiado cerrado.
Por la ventana
un hilo dorado
forma en su vientre
una llama tibia,
no le quiere dejar
de la fría tierra en manos.
Había sonreído al miedo
y temblado ante la suavidad
mas la trampa del odio
esa no la pudo saltar.
Cuando cayó
de su cuerpo salieron
infinitos pájaros negros
volando hacia el cielo.
Por el pasillo
alguien viene a llevárselo.