"Mis ojos un día se abrirán/ y veré mis sueños contigo irse/ y tal vez otro día los sueños volverán/ y mis ojos ya no podrán abrirse"
Desde muy niño me gustaba mucho correr,
corría y corría hasta quedarme sin aliento,
es que corría tanto que podía hasta parecer
que yo estaba tratando de seguir al viento.
Alguna vez en el liceo me gané un bronce,
un tercer lugar en carrera y en salto largo,
no sé si fue a mis doce años, tal vez once,
no ganar oro ni plata no me resultó amargo.
Me gustaba estar en constante competencia,
pero sólo en esas disciplinas me destaqué,
ya jugando fútbol o béisbol hubo ausencia
de la capacidad que para correr y saltar saqué.
Mis juegos eran simples, “ladrón y policía”,
“la ere”, “cero contra pulsero”, “el escondite”,
“la seguidilla”, cosas que jugábamos cada día,
recuerdos que hasta hoy no hay quien me los quite.
Odiaba mucho como odio todavía el carnaval,
me escapaba de clases para a la montaña subir,
mis padres sólo con verme sabían que algo iba mal,
mi rostro hablaba solo, no lo tenía que decir.
Un premio me gané una vez, de esos que uno ama
porque todos elogian entonces tu inteligencia,
una semana en la playa pero me orinaba en la cama
y eso impidió que hiciera acto de presencia.
Nunca volé papagayo, ni con el trompo jugué,
con las metras o canicas sí lograba destacarme,
jugando perinola muy bueno me consideré
y en condiciones normales era difícil ganarme.
En diciembre me divertí mucho patinando,
fueron muy pocas las veces en que me caí,
bicicletas algunas personas me vieron manejando,
pero en eso confieso que muy experto no fui.
Páginas de mi vida les he ido contando,
recuerdos que aún están pero pujan por irse,
al menos grabados en letras los voy dejando
y los digo ahora pues luego quizá no puedan decirse.