En el eco de la noche,
se declamaba a través del viento,
la desgarrada y triste historia,
de un titilar ausente de melancolías.
En ese cielo azabache,
como el polen,
nos unificamos,
y nos abandonamos,
como las flores.
Huimos,
avergonzados de nosotros,
a las pálidas costuras de la penumbra.
Nos vestimos de lejanía,
y el rubor del crepúsculo nos acarició,
como a un sueño el soñador.
Desnudos de aquel instinto,
cada vez más vacíos,
como ilusos sin tal,
como campanas que danzan,
nos asimos a la vaguedad.
Y allá, casi cercanos otra vez,
conocimos la verdad,
el lugar en donde nacimos,
y el lugar a donde volveríamos.
Nuestro hogar; La soledad.
Yñiguez Leandro, 28/11/2012