Me llamo Antonio apenas,
y triste de apellido; quizá vulgar, incluso.
Soy natural de aquí y vivo de milagro.
Me sustenta la tierra, es inútil decirlo, pero aclaro
que me compongo de agua sobre todo.
Ya murió el bisabuelo cucaracha
y no pude llorarle como se merecía
porque andaba, mientras tanto, gozando eternidades.
Mucho tiempo después, he conocido
los parientes lagartos, las encinas,
algunas amapolas, peladas cumbres altas
y todos me han contado largamente
sus célebres hazañas: nocturnas caminatas,
refugios, comilonas, intrépidas huídas...
Después nació la higuera, prima hermana,
coincidió con el surco y, desde entonces,
hasta la lluvia mansa me mira de otro modo,
como si se tratara de mi madre.
Debo tener los ojos de semilla
o el tronco retorcido
o la misma nariz como un tomate.
De otro modo no se explica que confunda,
por ejemplo, la lágrima más simple
que brota en un momento de descuido
con parte de su carne torrentera,
fluyente, bardomera, desbordable.
Actualmente procuro ser discreto
para no cunfundir miedo con aire
ni reja con latido, ni punto con planeta.
- ¡Como el canto es tan grande
la propia fuerza del rumor quisiera
cubrirlo todo con sus propias manos! -.
Con lo cual, ¿hasta dónde llegaría
la ciencia de soñar?. ¡Pues no se sabe!.
¡Para evitar la mezcla inconveniente
mejor será que en este punto calle!.