Me oculto entre tu vientre
degustando tus caderas con la punta de mis
dedos.
Te rozo suave y una ola de fuego me sacude,
me pierdo en tus neuronas.
El amor disfruta nuestro lecho y nos subyuga,
funde anatomías y apenas nos percatamos.
Esta noche, la inmortalidad nos invita
a su fiesta de luciérnagas y flores,
se recrea en nuestros cuerpos desnudos,
desanda la escarcha de los tiempos
y se pierde en el recuerdo de otros amantes.
Casi rozando la mañana nos sonreímos,
perpetuados en la sed de nuestros besos,
jadeantes y dichosos,
buscando aun, con desatino, el fin de la lujuria.