De cuando estuve loca
me queda la manía
de consolar al vencido
que no hace caso,
se encierra en su concha,
y aún me increpa
por qué me meto,
de dónde salgo.
Y la dicha de valerme con poco
viendo pasar el tiempo
en alas de un lento balandro.
De cuando estuve loca
me quedan amigos
que miran sin querer
o con ardientes ojos,
rumiando saetas
en mitad de un pasillo,
en mitad de la gente.
No tranquilos, sedados.
Mis manos son un cuenco de semillas.
Si acaso el camino me pierde
seguiré camino por mí plantado.
Quien desee encontrarme
deje la cordura
tras el fresco olor de mi trigo.
Quedan recuerdos en forma de pera,
premios tristes de consolación,
lluvia de arena bajo la cama,
un rigodón de batas blancas.
De cuando estuve loca.
En la boca agria sensación
de no saber a donde pertenezco,
si al sueño de la razón
si a la razón de los sueños.