Era un fin de semana largo y había que aprovecharlo. Con mi compadre Carlos y con algunos de sus compañeros de trabajo, nos fuimos de caza y pesca a un lugar llamado \"La Dormida\" del Departamento Loreto de la provincia de Santiago del Estero.
Una vez allí, nos contactamos con un muchacho para contratar sus servicios como guía. El joven lugareño, de nombre José, nos llevó inmediatamente a caminar orillando el río Dulce (que es el río Salí en Tucumán). Llegamos a un lugar con una entrada cubierta de ramas, que aparentemente era un lugar secreto del guía; el emplazamiento estaba ideal para acampar, era una hermosa playa de arena y armamos una carpa.
Con mucho entusiasmo, preparamos las cañas de pescar y también juntamos leña para encender una fogata. En el anochecer, nos pusimos alrededor del fuego para protegernos del sereno; José nos indicaba que si queríamos pescar bagres o bogas teníamos que hacerlo en un remanso a orillas del río. Y que para sacar dorados y tarariras, había que buscar la corriente.
Fue una noche fantástica, sacamos una variedad de peces, uno de los muchachos era cocinero y nos hizo un exquisito \"chupín de bagre\", que consiste en trozos de bagre con rodajas de papa, cebolla y tomate, un verdadero deleite. Al otro día comimos dorados a la parrilla y bebimos un buen vino; realmente \"muy dura y sacrificada la vida del pescador\"...exclamaban entre cantos y risas los muchachos.
Después de almorzar, Juan, el cocinero, me pidió que lo acompañe a explorar el monte. Algunas espinas de los árboles que cercaban un camino estrecho, eran casi del tamaño de los colmillos de un jabalí. Tenías que andar con cuidado, sino salías lastimado entero. Juan tenía un aspecto robusto, estaba excedido de peso, no era para menos, solo pensaba en comer; cuando caminábamos, me comentaba que no veía la hora de cazar una vizcacha para hacer un estofado.
En el momento en que íbamos a dar la vuelta, Juan se quejó con un grito de dolor, se le había incrustado una espina en la planta del pie. Lo ayudé a regresar y con mucha prisa fuí a buscar al guía. Le expliqué la situación y le pregunté si podía hacer algo, pues apenas se alcanzaba a ver la espina. Con tono calmado me dijo: - Si, puedo ayudarlo, pero tal vez le duela mucho, lo van a tener que sujetar.
Por lo que Juan exclamó resignado: - ¡No importa, sacámela cuanto antes, por favor!
El guía fue a buscar una aguja, a la que quemó la punta con un encendedor y la desinfectó con alcohol. Entonces procedimos a agarrar fuerte a Juan, para que el lugareño pudiera trabajar tranquilo en su pie. Este, con mucha habilidad empezó a escarbar con la aguja, parecía un eximio cirujano. Al cabo de unos minutos, había logrado enganchar la espina- que medía casi dos centímetros- y la sacó lentamente; hizo un trabajo tan bueno, que Juan no sintió dolor alguno.
En agradecimiento, el cocinero le regaló un lindo puñal de caza. Y renegaba, porque a él le había pasado eso por caminar con ojotas. Yo me preocupé un poco, por cuanto solo llevé zapatillas con suela de goma para andar en el monte; los demás calzaban botines reforzados. Al caer la noche decidimos ir a cazar vizcachas, estaba muy oscuro y se marchaba por un sendero demasiado angosto, rodeado de tupidas plantas espinosas.
De vez en cuando prendíamos la linterna, pero José nos aconsejó que no lo hagamos para no espantar a las vizcachas. Este muchacho me llamaba poderosamente la atención, se desplazaba de una forma tan particular que parecía que \"flotaba entre nubes\". Obviamente, traté de imitarlo, cuando sentí algo al pisar con mi pie derecho y grité: \"Paren, no sé que pasa con mi pie\".
- ¿Que pasa, te agarró calambre o te agarraste con algo? Me interrogó mi compadre Carlos.
Me iluminé el pie con una linterna y pude ver que una gran espina me atravesó la zapatilla. Tuve suerte, la espina se colocó justo entre los dedos, la saqué barata...
El guía me preguntó si quería regresar, dado que corría el riesgo de pisar otra, pero yo le dije que iba a seguir y me pegué detrás de él. Proseguimos y un rato después paramos para descansar en un claro del monte; me alejé unos metros para orinar y casi me muero de un susto. Un ruido estridente quebraba el silencio de la noche, un burro que estaba casi rozándome y al cual no podía ver por la oscuridad, rebuznaba sonoramente. Fue como un presagio, realmente me hizo transpirar helado.
Nos tomó por sorpresa a todos, dado que reinaba un silencio absoluto en ese momento. Reiniciamos nuestro andar y como si fuera poco, más tarde nos encontramos en el medio del camino a un jinete cubierto con una capa larga y con un gran sombrero negro, de igual color, su montura. El hombre, a quién no le podíamos ver la cara, porque se mantenía agachado, nos profería con una voz grave y rara: - \"Llévenme a la casa\". El guía le contestó secamente: - No, no podemos, hágase a un lado; y nos exhortó a que continuemos.
Ese sujeto me inquietó un poco, su sola presencia me hizo sentir escalofrío. Le comenté a los demás sobre lo insólito que me parecía la aparición de ese hombre y lo que nos pedía; pero éstos no emitían ninguna palabra. Simplemente, se limitaban a marchar como si no pasara nada.
Curiosamente, más adelante sentíamos muchos ruidos extraños que venían del monte, y en el momento que chillaba una lechuza arriba nuestro; nos topamos de nuevo con el cabalgador nocturno, quedamos pasmados. Nos volvía a repetir lo mismo, claro que esta vez no me causó escalofrío, sino fastidio. Me acerqué a José y le pregunté al oído:- ¿Lo conocés a este tipo? Como hizo para estar delante nuestro cuando lo pasamos, hay otro camino? - No, no lo conozco...y no existe otro camino en este paraje, ustedes no digan nada...y no pasará nada.
Me quedé atónito, acaso ¿el tipo volaba?...para mí era una respuesta tajante e ilógica, no sabía si el muchacho insultaba mi inteligencia o si en verdad el hombre era \"un aparecido\". Carlos, palmeándome la espalda me dijo: - Tranquilo compadre, dejá que él se encargue, tenéle confianza a José.
En ese momento, el guía le manifestaba nuevamente su negación al caballista y le decía también que deje de molestar con un tono firme. Pensé en lo que me dijo mi compadre, pero no se trataba de la confianza que yo podría tener en el joven, sino que estaba sucediendo algo incomprensible en relación al misterioso jinete y parecía que nadie quería aceptar esa realidad.
Otra vez reanudamos la marcha, ya estábamos cerca de las vizcacheras, por lo que no se volvió a hablar del tema. Al llegar a las cuevas no lo podíamos creer, era tal la cantidad de vizcachas que se podía hacer \"dulce\". Claro que cazamos solamente dos, una para nosotros y la otra para el guía; éramos conscientes que se debía cazar lo justo y necesario, por cuanto la gente del lugar vivía de la caza.
Ya de vuelta, el cocinero, que se había quedado en el lugar donde acampábamos, se mostró feliz de vernos. Y al día siguiente nos cocinó el deseado estofado de vizcacha.
Cuando le comentamos sobre \"el aparecido\", al cual no volvimos a ver, se limitó a decir: \"Yo no creo en las brujas, pero que las hay...las hay\".
Alguien le pidió a José que opine sobre lo sucedido y éste dijo: - En el monte pasan muchas cosas raras, la gente de aquí ya está acostumbrada. Hay una leyenda que habla del \"Sachayoj\", quién es el dueño y protector del monte; el nombre viene del quichua Sacha que significa bosque, y de Yoj, que significa Señor, o sea, El Señor del bosque. - ¿Ah, sí? Y que tiene que ver este Señor del bosque con el hombre que vieron? Interrumpió Juan.
El guía siguió hablando: - Se dice que éste puede presentarse como planta, animal o persona y su misión es defender el monte espantando a quienes vengan a cazar animales o talar árboles. -Estás tratando de decir que el jinete que nos apareció en el camino es Sachayoj? pregunté con curiosidad.
Este, irónicamente me contestó: \"Usted, crea lo que quiera creer, amigo\". Le estaba por responder, cuando en ese preciso instante, mi compadre entonó una chacarera santiagueña con su guitarra, poniendo fin a la cuestión y dejando atrás la extraña aventura.
Adolfo César (NAZARENO)