Padre mar
Ven a verme, padre mar, que por las tardes
tengo nostalgias de tu voz y de tu arena humedecida,
ven a llevarte mis naufragios a tu hondura
y a hacer surcar por mi esternón tus horizontes.
Tengo gaviotas en la piel de mis arrugas
y en la fosforescente esquina veo el limbo sucio
de tus caderas socavadas por mi sexo,
de tu virtud enajenada por mi espuma,
de tu escafandra alimentada por mis sueños.
Ven a llenarme la copa de tu oleaje,
quiero el salobre ardor de tus entrañas en mi boca,
desnúdate conmigo y ya solázame
de tanta eternidad con que te espero en mis ciudades.
El rumor es semejante entre las calles
a tu bondad de viejo cascarrabias,
a tu enjuagar del ahogado las camisas,
a tu temblor de furibundo prisionero.
Pero no estás en esas cuencas que contemplo,
de aquel mendigo de mendrugos o de cuerpos,
de aquella dama que saló mi propio pecho
para volver al mascarón de sus deberes,
de aquella torre en que las algas arremeten
con formas de un futuro cementerio.
Ven a buscarme con tu olfato entre las calles,
con tu lengua de salitre, con tus pulpos
de helada soledad y tinta verde,
ven a saquearme el corazón de aquel tesoro
que el Gran Corsario sepultó para su gloria
y que los loros del neón y las vitrinas
confunden con su propia ruta al cielo.
Es tierra aquel baúl que en mi enterraste,
es agua aquel timón que me sumerge
en tardes desoladas, en escualos
con formas de reloj o de sarcasmos.
Extráñame, cristal del viejo océano,
carcome con tus cantos las distancias,
que un día un solo son de caracolas
nos una en la heredad de aquellas costas.
La muerte será entonces el regazo
que a cada ola meza con ternura,
mi nombre será entonces tu apellido,
yo preñaré la muerte de tus peces,
y en cada soledad de pescadores
el hombre entenderá que nos casamos.
Con amor o sin amor, no habrá más miedo
y habrás pagado un alto precio en timoneles
sólo por serme fiel y por venir a mi rescate.
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09 01 13