El refugio íntimo de adolescente,
la calzada sombreada de mi pueblo,
termina o inicia, tras de la iglesia,
la entrada, con un arroyo artificial,
que se bifurca, según el regador.
El primer vigilante, es un tepozán,
con enorme tronco hueco, de tan viejo,
casa de ardillas, ratones e insectos,
con parcelas de maíz a ambos lados.
La familia, de hermanos diferentes,
de las regiones altas, con frío,
los pirules, machos y hembras destacan,
fresnos tan altos, que llegan al cielo.
En una locura, trepé al más alto,
historia pendiente de mi existencia,
capulines, de frutos, negros ojos,
de flores de piel morena por el sol,
un par de palmeras, nido de las lechuzas.
El destino los llevó a vivir allí,
están entre abrazos de ramas y hojas,
siempre juntos, en la noche con su día,
mis amigos, testigos, confidentes,
fueron los otros yoes, en esa época.
Muchas veces fui a jugar, a esconderme,
a indagar aquello que está olvidado,
a conocer lo que falta descubrir,
ya que todo se guarda en el Universo.
De todos, la mora mi favorito,
de frutos morados y tan jugosos,
como el racimo de uvas sin semilla,
manos y boca, toman ese color,
de tallos lisos, como lija raspan,
manos, piernas, pantalón y camisas.
Ese pago, bien valía la pena,
en la punta, los racimos de moras,
gratis, porque no me costaban nada.
Al final de la avenida, otra mora,
tenía su dueño evidente, "el brujo",
de Tequesquinahuac, tierra de esas artes.
Al tener cinco centavos, pagaba.
Mejor la otra, se convirtió en mi amante.
¡Qué locura, un árbol de mujer!
Secundaria, entonces, mi escolaridad,
catorce o quince años, con ignorancia.
Subir la mora, tan dificultoso,
abrazos al tronco, un palo encebado,
atractivo de las fiestas del pueblo,
esfuerzos todo el cuerpo, la subida.
De súbito, extraña y bonita sensación,
no tengo palabras, sólo se siente,
descubro un fruto mucho más sabroso,
que los jugosos y dulces racimos.
Miro húmedo mi pantalón, me oriné.
Nunca me había pasado esto,¿Qué será?
La mora y los árboles, testigos,
secreto para llevar a la tumba.
Al principio, no fue fácil repetir,
me lastimaba y ropa desgastada.
Reprimendas de mamá, más frecuentes,
¡Te acabas el pantalón y las camisas.
El secreto se mantuvo guardado,
cada quien vive su propia experiencia,
así fue como aprendí a mi manera.
Hoy cuando pienso y escribo mis poemas,
la mujer es un árbol, bosque, selva.
Gracias Universo por el mágico
don de conocer y a veces, gustar las moras.
EL POETA DEL AMOR. 16-01-13.
CABO SAN LUCAS, BCS. MÉXICO.