Hay un sueño que siempre recurre
lanza crisoles al viento, los cuece,
el fuego los hace fuertes.
El barro se va cementando.
Lleva el mensaje de las manos
aquel crisol encendido, ardiente.
Un signo de destino errante se plasma
en los bordes sin forma de bordes.
Están allí esas huellas
que el tiempo irá fijando.
Las manos quedan impresas
como destinos de alfareros viejos.
Nunca pedirá agua, nunca amigos nuevos,
estarán por siempre en su historia,
los destinos insertarán sus sinos.
CARLOS A. BADARACCO
17/1/13
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