¿No fuiste vos la que sedujo forasteros en la oscuridad arbitraria de los baldíos?
¿Acaso no se te otorgó el don de sonreír con franqueza, desencajada, para que
cubrieras de cada flor su pelambre rubí, en los molinos
puestos al sol antes que a las tormentas?
Yo te estuve pensando tanto tiempo como fuera necesario,
hilvanándote nuevas canciones que aún no descifro,
a modo de tónico para que no te duermas mientras
se discute en los laberínticos paseos del castillo,
o empieza aquel baile del que hablamos en cuanta
ocasión nos fuera propicia.
No importa tanto que no vinieras sino que olvidaras
para qué.
En la cabeza siempre amamantaste jardines
provistos de luz cautiva, pájaros de algún color
todavía secreto para el casi nulo imaginario.
¿Qué podrían tu madre, hermanas, abuela, yo misma,
haber hecho ante la situación dada?
Suspicaz es la fuerza invisible de las cosas,
el rolar contracorriente sin punto
de referencia.
Y no somos suficientemente perfectas como
para involucrarnos en tarea semejante,
ni quisiéramos empeorar la situación
por la que atraviezas.
Nuestra ignorancia pesa como testimonio ciego, ajeno,
y vos no estás escuchando la súplica de nuestras manos.