Estaba sentada
junto a la ventana de mi salón.
Era una tarde plomiza y muy fría,
de un invierno especialmente cruel.
Al estar la calle solitaria
me llamó la atención
una muchacha joven,
con un abrigo escondiendo
varios jerseys.
Llevaba una bufanda grande
y un gorro de lana,
vaqueros y deportivas.
Pero lo que me impresionó,
solo más verla
fue su forma de andar.
Lenta,
desesperada,
como si tuviese
un gran peso sobre sus hombros.
La perdí de vista un tiempo,
hasta que volví a verla
con su extraño ritmo.
Llevaba una bolsa
de una tienda de frutos secos.
Sacó su llave sin mirar a nadie.
A nadie esperaba.
Conocí el número de su puerta,
no el de su piso.
Sin embargo,
me la imagino
en su trabajo,
en sus compras.
Lenta y taciturna.
La imagino sentada en su salón,
acompañando suavemente su tristeza
con cualquier programa de televisión,
ahuyentando,
con sus queridos dulces
a su fiel amiga,
soledad.