Miras al techo
imaginando un cielo
con nubes generosas
para que lluevan en tus ojos
Desdibujas la mirada.
No hay nada ya
que tu cristalino enfoque,
salvo ese cielo.
Como un naufrago en el mar,
vuelves tu cama una isla.
Esperas, no sabes qué,
pero esperas.
Sin embargo, nada llega;
nadie te rescata del naufragio,
ni de la espera.
Las nubes ya precipitan en tus ojos,
y con el corazón tan arrugado
cualquier ruta de escape es bienvenida.