(I)
Cuántos deseos
acuden.
Cuántos anhelos
deshojo.
Pero aquí quedo,
sólo pidiendo
al cielo,
que haga danzar
la hierba.
El tiempo,
un movimiento;
de seda,
de blancas brisas.
(II)
Cómo puede un olor
portar tanto equipaje;
nítido, susurrarme
con dulzura tu voz.
Y así mismo, un color,
contener aquel premio
que a un tesoro equivale,
a tu imagen y adobo.
Al poder ver de nuevo,
el preciado dorado
tu flequillo, un mechón,
de tus lacios cabellos;
y observar la mirada;
inocente y cordial,
protectora y sincera,
la niñez de tus ojos,
que me llega a alcanzar,
cual música celestial,
como sutil balada,
atando en mí, el reposo.
(III)
Como se perpetuó
el amar que recojo,
que sedujo a las formas,
descorrió las cortinas
del salón de la vida,
y este pulso avivó,
de este hombre y de otros.
(IV)
Del exquisito hacer
bondadoso,
tomo de él
la lección.
De las manos que ayudan
en labor y a otros pasos.
De la voz que calienta
en inviernos austeros,
en inviernos extensos,
cuando ante el frío aparecen;
las tenebrosas sombras
de un pasado,
o de una realidad
que comporta
un resabor amargo.
(V)
Valiente sea un beso
...así alcance mi vista.
Se anude con abrazos,
todo apunte de vida.
Reluzca, más que nada,
como sol, el amor,
pues, bien sé, acerca de él,
y de sus maravillas.
Persista en mi santuario,
siendo su tacto, mi rezo.
Vista, toda vida su hacer,
quede; como útil rastro,
como huella perpetua
que prosigue sin tregua,
y atrevida perdura.
318-omu G.S. (Bcn-2013)