Empezaré por mi frente, que ni es ancha ni larga,
es mas bien una pequeña playa llena de surcos.
Cejas un tanto pobladas: presagio de mis ojos.
Mi nariz es aguileña, más bien tirando a griega.
Mis ojos son café, con la luz de frente son dagas.
Boca de labios finos, el rictus de los estoicos.
Cachetes flácidos como robles apenas secos.
Mis bigotes escarchados, de México una saga.
Mandíbula en cuadro: la quijada de mi madre,
Orejas prominentes dispuestas a escuchar murmullos.
Mi pelo es ondulado, pues no es ni lacio ni crespo.
Qué importa pues, al fin mi rostro, si no soy este cuerpo
que durará lo que dura de una nana los arrullos,
¡pues llegará la muerte y convertirá en polvo mi nombre!